NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO DIJO EN EL PADRENUESTRO : «PERDONA NUESTRAS DEUDAS» Y NO «NUESTRAS OFENSAS»
Por Lic. Martha Tenorio A.
En 1988, el Arzobispo de Toledo, España y Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia, cardenal Marcelo González Martín, realizó un cambio al texto del Padrenuestro para todos los países de habla hispana, alterando la frase de : “perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores” a la nueva : “perdona nuestras ofensas, como también perdonamos a los que nos ofenden”, aludiendo que la expresión sería más comprensible para la mayoría de gente, porque se tratarían de simples sinónimos, siendo que no pareciera tener mayor trascendencia. Es así como Papa Juan Pablo II lo aprobó para España en ese año y para los demás países de habla hispana, estableció su vigencia desde 1992, siendo usado aún hasta la fecha en la Iglesia post conciliar Vaticano II.
Pero teológicamente analizando, ¿será verdad que la expresión “ofensas“ es suplente de “deudas”?. Esta analogía ha sido otorgada bajo el concepto de que suplicamos a Dios que nos perdone por haberle agraviado “con nuestros pecados”. Sin embargo, bajo esta perspectiva, no se estaría incluyendo las denominadas secuelas, las cuales no todas son personales, pero se suman a los pecados. Entonces habrá que examinar necesariamente dos conceptos:
Pecado : Es el agravio contra Dios, es contravenir el amor de Dios y al prójimo, lo cual significa haber transgredido algunos o todos los diez mandamientos. " A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera." (Rom. 13,8-10).
No obstante, no sólo es pecado transgredir los mandamientos, sino cuando nos rehusamos hacer un bien al prójimo estando en nuestras posiblidades, sea por ocio o falta de voluntad, pero, con lo cual podría haberse aliviado un pesar o preveerse o hasta solucionarse un problema; a éso se denomina pecado de omisión. "Así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace." (Sant. 4, 17)
Pena : Es la consecuencia del pecado. Son los efectos que se producen a nivel personal (laxitud en la conciencia, obstinación en el pecado, desaliento de salir de él, suicidio), y el cómo afectan directamente al prójimo afrentado, es decir los daños causados dentro de las situaciones (difamación, vergüenza, daño psicológico, homicidio y/o suicidio). Mas también se incluyen los daños colaterales que se originen a causa de ellos (perturbaciones y dolores en la familia, hijos abandonados, bancarrota, miseria, rencores, etc.).
En tal sentido, cuando se dice: “perdona nuestras ofensas”, sólo se manifiesta la falta centralizándose en sí misma, como totalmente personalizada. Cabe señalar sin embargo, que toda acción no queda en sí misma, sino a modo de un axioma natural emite una repercusión, tal como el hecho de tirar una piedra al rio, propicia como resultado una onda expansiva.
Nuestro Señor Jesucristo, perfecto en sus razones y en la semántica de todas sus expresiones, utilizó el término “perdona nuestras deudas”, que señala el significado exacto de lo que realmente quiso decir, mismo que tiene dos tipos de dimensiones de infinito alcance :
La primera es, pedirle al Señor que nos absuelva totalmente de ambos delitos : pecado y pena, a efectos de la gracia de su redención; además de añadir una forma de reparación por éstas, mediante el compromiso de perdonar en igual forma la conducta del prójimo hacia nosotros: sea cuando nos hayan agraviado gravemente o por haber inadvertido cualquier gesto de generosidad con que los hallamos procurado.
Para entender la otra dimensión, debemos admitir que siendo criaturas creadas por el amor de Dios, no nos da derecho a sentir que somos dueños de algo; no obstante, Dios le otorgó al hombre el privilegio de vivir como ser racional y dominar sobre las demás criaturas irracionales creadas.
La otra dimensión de deudas comprende muchas cosas, pero mencionaremos lo más importante :
Al Señor le debemos nuestra vida terrenal, de modo que siendo Él, dueño de nuestra vida, nadie puede atentar contra ella desde su concepción; pues gracias a la cual tenemos la oportunidad de conocerlo, amarlo y con nuestras acciones del día a día, hacernos dignos de una eternidad a su lado, considerando que las puertas del cielo ya han sido abiertas por la redención de Nuestro Señor Jesucristo. A Dios le debemos el alimento y el vestido, porque aunque se compren con nuestra remuneración o sean procesadas por nuestras propias faenas; sus materias primas nacen de la tierra a la cual Dios le ha dado la fecundidad de generarlas, a fin de atender las necesidades del hombre, cosechando los productos del campo que le son necesarios; así como el proveerse de animales comestibles mamíferos y aves; además de la carne y frutos que surgen del vasto ámbito del mar para su sustento.
A Dios le debemos la cultura, la ciencia y la tecnología, porque el hombre a través de su razonamiento concedido, puede descubrir las maravillas de la naturaleza, industrializarlas y obtener beneficio de ellas. A Dios le debemos nuestros talentos que nos permite servirle en la vida a través del servicio al prójimo, con el cual ganarnos el salario o remuneración cuando lo convertimos en una profesión u oficio para ganar el pan para nosotros y de nuestra familia.
Pero también tenemos deuda con Dios por mostrarle desatenciones: no saludarle al despertar o despedirnos al dormir, no rezarle siquiera una jaculatoria durante el día, menos aún compartirle nuestras alegrías y progresos. A Dios le debemos los Mandamientos de su Ley y las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, que nos sirven de guía para hacer de esta vida un preludio de la vida eterna. A Dios le debemos la Santa Misa y demás Sacramentos como canales de su gracia santificante y ayuda para no caer en las tentaciones. A Dios le debemos que nos haya dado a su propia Madre, como nuestra Madre Celestial: Abogada, Medianera, Auxilio (espiritual) y Socorro (material) para toda ocasión. A Dios le debemos el haber sido elevados a ser sus hijos y herederos del cielo por medio de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo que nos abrió el Paraíso de vida eterna con su crucifixión, muerte, y su resurrección.
En definitiva, ofender al Señor es la parte, aunque sumamente inmensa, de toda nuestra infinita deuda con Él, Quien es todo amor, bondad y misericordia sempiterna, pero que constantemente es agraviado por nosotros en demasía; por tal razón, es justo y necesario hacer un humilde reconocimiento, respecto a que todo lo que nos ha proporcionado sin merecerlo, ni siquiera sabemos agradecerlo apropiadamente o hacer de ellos un servicio auténtico a nuestro Hacedor; por lo cual le pedimos que perdone estos permanente olvidos involuntarios, que sin llegar a ser pecados mortales o siquiera veniales, es acertado ser magnánimo en suplicarle, que los perdone; pues no dejan de ser deudas que tiene la criatura con su Divino Creador y Redentor.
Por todo lo expuesto, se concluye que el texto original del Padrenuestro, fue, es y será siempre, lo explícitamente exacto y no hay lugar a corrección bajo cualquier motivo o pretendida exégesis; después de todo, impera respetarse, pues así ha salido de labios del mismo Jesucristo, nuestro Salvador.
Referencias :
La Sagrada Biblia
Diario Digital El País 25.10.1988
https://elpais.com/diario/1988/10/26/sociedad/593823604_850215.html
0 comentarios